Desde que se abrió al público la línea 2 del Metro, una avalancha de usuarios ha llenado sus vagones día a día, asegurando un transporte rápido, en condiciones de confort y sin los sobresaltos que conlleva la selva callejera donde las voladoras y el concho se disputan a muerte a los pasajeros.
Con el Metro los usuarios no sufren las experiencias de los manejos temerarios, de cruzar en rojo los semáforos, ni padecen el calvario de estar sofocados, incómodos y expuestos a las múltiples desconsideraciones de choferes malhumorados y encabritados.
Pero este ambiente de comodidad no ha caído bien a los choferes del concho que entienden que el Metro los está perjudicando, porque los pasajeros no quieren montarse en sus vehículos, muchos de ellos pura chatarra.
¡Es de esperar que sea así!
Si el Metro es una opción más confortable y barata, ¿por qué forzar a los usuarios a preferir carros y minibuses de sindicatos que el día menos pensado paralizan el transporte, sin importarles las consecuencias que puedan sufrir los pasajeros, o que cometen en las calles cualquier desmesura, como si los usuarios fueran perros?
Pero la queja de los del concho no se circunscribe sólo a esta preferencia. Son más radicales y ahora no quieren que el Gobierno adicione autobuses en puntos de transferencias conectados con el Metro en los que seguramente el trato y las condiciones internas de los vehículos serán mucho mejores que lo que ofrecen ahora los de los sindicatos empresariales del transporte.
Alegan que esto perjudicará su negocio, que hasta el momento ha sido bastante redondo, pues reciben subsidios y facilidades multimillonarias de los gobiernos sometidos siempre a sus presiones chantajistas y a la hora de perjudicar al pueblo, con conductas agresivas e irrespetuosas de sus choferes o parando el servicio y aumentando caprichosamente las tarifas de las rutas (de las cuales son dueños, porque cobran el derecho a su uso), nada les importa ni los disuade.
Ahora solo falta que el Gobierno, como siempre, los complazca generosamente.
